Retrato Melissa Rosero

Melissa Rosero Rodríguez

El ciclo


Mojar, enjabonar, enjuagar, secar y repetir, suena frío pero con esos cuatro pasos se puede describir una relación amorosa.

Primero está el mojar, mojas tus labios cada vez que los muerdes al ver cómo esa persona pasa frente a ti mostrando su preciosa mirada y su carismática sonrisa. Mojas tus manos con sudor por los nervios que te invaden al saber que le vas hablar por primera vez y no quieres cometer ni un sólo error. Todo tiene que ser perfecto ya que este primer acercamiento te otorgará el pase a los siguientes niveles del ciclo. Por último, mojas tu boca con su saliva porque el gusto fue correspondido y sellado con un beso, embarcándose ambos, tomados de la mano, hacia la siguiente etapa.

Llega el enjabonar, la parte más exquisita de este ciclo. Aquí se frotan los sentimientos el uno al otro, haciendo que afloren miles de experiencias y emociones que enriquecerán esta etapa, tanto como los amantes lo quieran. Se enjabonan con versos, caricias, con esas muestras de afecto que hacen estremecer el alma y distraen a los amantes de su cotidianidad para sumirlos en lo encantador de la conquista, en la emoción del encanto. El romance crece como la espuma y, si el enjabonar es constante, la espuma no dejará de crecer pero si alguno de los dos se cansa, llega la hora del enjuague.

La curva de éxtasis llega a su fin cuando el agua fría rompe cada burbuja de aquella espuma que no logró crecer más. Ves cómo se va por el drenaje todo vestigio de aquel romance, que una vez unió a esos cuerpos entorno al amor y al deseo. El duro despertar se siente como si el agua más gélida te empapara el alma y, con su fuerza, rasgara cada fibra de tu ser mientras congela y destruye cada filamento de aquel amor que parecía eterno. Se crean heridas que parece nunca van a sanar y aquí se abre una disyuntiva: Dejar que la humedad causada por el agua fría que rompió aquél ser se seque o ahogarse en ella.

Sobra explicar que, al decidir ahogarse en una pena, no hay más remedio que la constante muerte de aquella alma cansada y sufrida. Por otro lado, una vez se le permite a la etapa de secado cumplir su misión, las heridas lentamente sanan. Tal vez, una que otra vez, se dejan humedecer por pequeñas gotas de nostalgia, pero no son más que una brisa leve. Aquí, aquellos seres que casi lo pierden todo en los ciclos anteriores, renacen como el fénix puesto que su calor es tan grande que ya sus heridas han cicatrizado. Son libres para volver a ser y sentir.

Ahora sólo queda repetir…



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