Retrato Pablo Ledesma

Pablo César Ledesma Cepeda

Un beso y una disculpa


Justo en el momento en el que desperté, sentí como si mil toros hubiesen pasado en estampida sobre mí. Yo no estaba en mis cabales, no sabía qué era arriba o abajo y lo que más sentía era mi cabeza con ese dolorcito punzante que me llevaba al mareo. Mi vista estaba algo nublada, como si mi propio cuerpo no me quisiera dejar ver la realidad solitaria en la que me encontraba.

Caí en la cuenta de que estaba en cama, en soledad y de inmediato me culpé: obviamente se debió haber disgustado, pues cuando bebo, mi sentido animal se apodera de mí y no le dejo dormir. Me levanté con una resaca desorientadora y con toda la intención de excusarme, darle un beso y disculparme.

Al salir de la habitación, misma que conservaba un clima completamente diferente al del resto del pequeño apartamento en el que se aíslan nuestras vidas, pude entender que se había ido.

En la mesa que teníamos de comedor, vi que de los dos billetes que había dejado el día anterior, solamente había uno. Entonces, habrá salido a comprar algo para desayunar, normalmente así lo hace, algún pan, tal vez galletas. Yo me dispuse a preparar el resto.  Huevos tipo tortilla con algo de sal, queso y jamón, además del jugo de naranja que tanto le encanta. Serví los platos y decidí esperar, esa sería una buena acción para disculparme. No creo que se enoje con la comida.

Mientras esperaba, me senté en aquel lugar donde siempre me hago y vi un rústico papel, boca abajo, sobre la mesa. Lo tomé y empecé a leerlo, mi cuerpo ya me permitía tener control de mis sentidos, eso creía. Asimilar lo que decía el papel me tomó un buen tiempo, de esos tiempos eternos que pasan sin aliento, sin gana, sin prisa, de esos tiempos austeros; pero cuando pude lograrlo, comprendí que mi compañía sería la soledad. Fue tal el impacto que dejé caer el papel que leía, pero por esas particularidades humanas, mi mirada siguió su lenta caída y luego pude apreciar cómo, aquel papel, terminaba en el piso, justo al lado del otro billete, que creí, se había llevado mi pareja.

¡Qué impactante es la vida y sus juegos! Jamás llegué a pensar que perdiera mi memoria de esa manera. Jamás llegué a pensar que un dolor pudiese generar tantos sinsabores. Jamás llegué a pensar que un billete en el piso acompañara al papel que inmortaliza el obituario de quien amo. Dos cosas son seguras: lo primero es que, en la mesa, mi desayuno es doble, y lo otro es que jamás daré ese beso con el que me disculparía.



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