Retrato Pablo Ledesma

Pablo César Ledesma Cepeda

Ella en mi boca


Distraído en sus ojos negros, brillantes ante la tenue luz que por la ventana entraba, donde se podía percibir cómo el sol se deshacía en el final del montañoso horizonte, matizado por nubes rojas que llamaban la atención de todos los distraídos caminantes, me encontraba estimulado en aquel pequeño cuarto, sentado en su blanda cama con madera tallada, misma que tenía un particular olor que vanamente se mezclaba con el excitante aroma que ella emanaba.

Aunque me creía experto en este juego, por todas las aventuras de conquista que en mi historial rondan, en ese particular ir y venir del romance momentáneo, sin promesa, sin futuro, sin esperanza; con ella tenía sensaciones distintas, era un cóctel picoso y morboso de ansiedad, de felicidad, de afán y desespero. Mis instintos me ordenaban irme encima de ella cual depredador ansioso por consumir su carne, mis ganas me forzaban a apreciar morbosamente, cada una de las partes de su cuerpo, la quería desnuda y de inmediato, quería rasgar sus prendas y morder su piel, pero su mirada desintegraba mi voluntad, siendo la imponencia que me hacía suyo, que me obligaba a ser sumiso, anunciando que pronto yo sería de su propiedad, que sería colonizado por completo.

Tras de la mueca de media sonrisa, ella empezó a quitarse la blusa, lo que generó que su aroma se hiciera más denso y que su piel pálida se pronunciara, dando un manifiesto áulico, imponiendo su autoridad, su ritmo, su perfección. Sin pausa alguna, sus manos se fueron hacia atrás y en unos pocos movimientos, vi como su sostén se deslizaba lentamente por sus brazos, dejando caer sus senos, aquellos enormes senos que me apuntaban con esos hermosos pezones rosados, mismos que manifestaban jamás a alguien haber amamantado. Yo los quería poseer, añoraba diseñar con mi boca la cavidad idónea para ellos, pero no me dejaba de mirar, sus ojos me seguían controlando y era evidente que lo gozaba.

Con el juego en sus manos, hizo una pausa para analizarme detenidamente, era como si calificara mi reacción, a la espera de que fuera idónea, que le inspirara, que le estimulara a seguir, pero reaccionó mirándome fijamente a los ojos y con un sagaz movimiento me quitó la camisa. Yo la dejé, ¿cómo oponerme? Ese juego me traía de los huevos, me encantaba, escasamente ella se había quitado su blusa y yo ya estaba teniendo una erección.

De un paso, se tiró hacía atrás, quedando recostada, pero con su pelvis elevada y aprovechando esa común posición, se liberó de su pantalón con la prisa que marcaba la ida de la luz del sol. De lo extasiado que me encontraba, sentí fácilmente que una gota de sudor se descolgaba por mi pecho, ella la vio y la siguió con la mirada y al llegar la gota a mi cinturón, lo tomó y lo sacó de mi pantalón. Luego tomó el botón de mi pantalón y lo desabrochó, hecho esto, tomó mi pantalón y lo empezó a halar, en completo silencio, entendí que debía facilitar sus intenciones y me ubiqué de tal modo que mi pantalón dejó de ser mío y pasó a ser de su cómoda.

Se inclinó hacia el frente y rompió el silencio.

– ¡Está enorme!

Dijo complacida mientras acariciaba mi pene. Ahora éramos los dos quienes estábamos en interiores y perfectamente pude apreciar cómo su calzón estaba húmedo.

– ¿Sabes? Las medias en tus pies no son para nada sexys.

A la orden me las quité. Definitivamente yo era su esclavo, estaba completamente a su orden, a su mando. Yo no sabía si ser romántico, tierno o completamente salvaje, sus movimientos improvisados no me permitían anticipar nada.

Sin pensarlo, se puso de pie en su cama, yo seguía sentado en ésta, se acercó a mí, puso su vagina en frente mío y dijo:

– Quiero que me bajes, pero antes quiero que me quites mis calzones con tu boca.

Obedecí sin dudarlo, pero antes abrí mi boca para morder su monte de venus y mientras lo hacía, pude sentir su calzón húmedo. Me resultaba excitante que ella tuviera su calzón así pero también estaba impactado por el tamaño que tenía.

Cuando ya pude quitarle su calzón, algo en lo que me tomé mi tiempo, pude apreciar su hermosa vagina. Era enorme y no completamente depilada, eso me gustó, sus labios mayores eran pronunciados y se podía apreciar su excitación, puesto que su clítoris se asomaba, como queriendo ser el protagonista de toda la historia.

Le besé su monte de venus y tras el beso, no pude despegar mi boca de su vagina, no lo quería y si lo quisiese, su mano en mi cabeza no me lo permitiría. Podía sentir cómo en movimientos pendulares refregaba su vagina húmeda en mi boca, yo quería el control en esto, pero ella no daba el lado.

Cuando miré hacia arriba, sus enormes senos me guarecían del techo blanco con la bombilla apagada, su cara no estaba al alcance de mi mirada, sólo podía ver la parte inferior de su quijada, con los músculos tensos, en respuesta de las sensaciones que vivía.

Poco a poco sus piernas estaban más tensas, el movimiento pendular iba reduciéndose, y su vagina cada vez estaba más húmeda. Mi pene estaba que se me estallaba, sentía esa fuerte necesidad de penetrarle, pero el lamer y succionar su vagina era inmensamente satisfactorio, ¿qué hago? ¿Le bajo o le penetro?, mientras lo pensaba, de la forma más torpe, iba retirando mis calzoncillos de mi cuerpo, mi miembro estaba deseoso de salir de semejante encierro y más, sabiendo que había acción y él era la estrella invitada.

Con mi mano izquierda la tomé de su trasero, me apoderé de éste, apretándole la nalga cual tesoro valioso y la fijé como queriendo fundirla en su piel, a su vez y sin pensarlo, ésta se volvió el apoyo de aquella dama que me tenía en su poder. Su clítoris físicamente alcanzó su forma magna, mi lengua, aunque cansada, podía percibirlo mientras paseaba desde éste hasta su cavidad vaginal, ida y vuelta como si no se decidiera entre jugar con él o ir a beber del néctar vaginal, y mi mandíbula, cómplice pervertida, se movía rápidamente hacia adelante y hacia atrás, como si morbosamente gozara de todo lo que en ese pequeño espacio acontecía.

Con mi mano derecha tomé mi miembro, estaba duro, firme, húmedo, algo caliente y con sus venas a estallar y yo, con ese morbo y esa envidia que tenía de verla a ella así, me complacía a mí mismo, buscando no quedarme atrás. Lubricado es poco para describir el líquido que era, mi mano, mi boca, mi miembro, hasta los testículos fueron partícipes, pero ¿Cómo evitarlo?, si me traía de degenerado a loco su juego, su lujuria, su poder palaciego.

Su respiración se sentía fuerte pero cortada, era bastante rápida, cual si maratón hubiera corrido. De un momento a otro, con una potente fuerza dominante, con sus manos apretó mi cabeza contra su vagina y rompió el silencio con sonidos pujantes que involuntariamente salían; gemía, estaba gimiendo y era yo quién lo provocaba.

– ¡MÁS!, gritó pero sin la capacidad de abrir su boca.

Esa pequeña palabra, pronunciada de esa pujada forma y en ese húmedo cuarto que caía más en oscuridad noctámbula, hizo que los movimientos de todos los músculos de mi boca tuvieran más velocidad, mi lengua quería penetrarla, pero no quería dejar su clítoris atrás. Con movimientos inexactos, como si temblara, pero por hacer fuerza y desplazando su vagina hacia adelante, como queriendo llevarla hacia arriba me miró y dijo:

– ¡Sigue!

Sus dos manos sujetaron mi cabeza con firmeza, mientras que sus ojos, aunque abiertos, ante un rápido movimiento, se blanqueaban, cerrando todo acceso a su alma, a su fortaleza. Su cuerpo se empezó a arquear hacia atrás, sus piernas eran vigorosas, llenas de firmeza y ese instante que apremia, dejó soltar un fuerte pujido, largo, ahogado al inicio, pero tomaba fuerza.

Por gracia, alcancé a tomar aire en lo que me quedaba la pieza y pude resistir aquellas reacciones de la dama con fiereza. Su vagina cubría toda mi boca y mi nariz, irrigándome con sus aguas del manantial de su cuerpo, dejándome sin respiración, mientras ella apenas podía hacerlo, en su cortada inhalación y su profundo consuelo.

Su cuerpo empezó a relajarse y a separarse del mío, se veía débil pero complacida y lentamente, mientras se incorporaba, se dejó caer en la cama, quedando acostada. Su posición me permitía admirar su húmeda vagina, protegida por esas gruesas y pálidas piernas. ¡Qué imagen más vistosa tenía!

Aunque empecé tarde, estuve en ritmo y armonía, es que de sólo verle bastaba para llegar a la cima y la prueba de ello quedó a unos cuantos centímetros de nosotros, en su piso pálido, porque yo también aporté desde mi cuerpo al ambiente húmedo de su cuarto, la diferencia es que yo me bañaba en ella y ella, al contrario, sólo dominaba en mí.

Ella en mi boca y yo en el piso, a unos cuantos centímetros de nosotros…

Para su deseo, era yo.
Carnada de su hambre.
Lujuria total a sus pies cayó.



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