Pablo César Ledesma Cepeda
Una roca pesada
Estaba esperando a una reunión importante en las afueras de la prestigiosa Corporación Lozano, una compañía que incursionaba en los avances tecnológicos y que había desarrollado varias aplicaciones que servían como herramientas en variados campos profesionales y algunos científicos. Una empresa de esas que hace mucho dinero con pequeñas cosas pero que destina varios de sus recursos a la inversión social y al cuidado de poblaciones vulnerables, al menos eso era lo que decían.
Por la extraña soledad de la mañana había llegado mucho antes que todos, tenía casi 40 minutos de adelanto, por lo que me acerqué a un banquillo que estaba cerca y me dispuse a esperar a mi jefe y al cliente con el que nos reuniríamos.
Pude escuchar una voz masculina, firme, tajante, con fuerza, con poder, una voz determinada, decidida y muy segura de lo que destinaba. Era un tono como cuando un padre regaña a su hijo, bastante estricto pero que no superaba sus decibeles como para considerarle grito. Tenía un matiz de frialdad, pero a su vez, se mezclaba con cierto toque de nostalgia, una nostalgia que está muriendo por determinación del individuo, de esa nostalgia que desgarra al más fuerte pero que no lo derriba.
– ¡Escucha bien! Somos consecuencia de nuestras decisiones, de nuestro día tras día. Todo lo que le pase a uno en la vida, es culpa de uno y la única forma de que eso no se cumpla es que seas una niña y bueno, ya pasaste los 40. – Dijo el hombre mientras su mirada se fijaba en el vacío, como mirando al horizonte pero llegando a la mitad del camino. Sus manos ocupadas, demostraban lo determinado que estaba, su mano derecha en su oreja con su teléfono celular y su izquierda con un ir y venir de arriba hacia abajo, cortando el aire deliberadamente, indicando fin, apuntando a la idea principal, era lo único, eso era todo.
No me gustaría ser quién esté al otro lado de la comunicación, me haría sentir terrible, de por sí, ya me impactaba la manera en cómo hablaba y esa particular expresión en su mirada. Por más, no dejé de prestar atención, de verle; no es que fuera un espectáculo pero era lo que me entretenía mientras esperaba por quienes estarían en reunión conmigo, además la calle, por extraño que parezca, a esa hora estaba más bien vacía.
– Todo lo que uno haga en la vida, sea bueno o malo, siempre impacta en quienes nos rodean, directa o indirectamente lo hace. Ya te lo había dicho hace mucho tiempo y no quisiste escuchar y tú decisión a mí me afectó muchísimo. ¿Cómo pretendes que siguiera ahí, recibiendo migajas del ser a quién quería darle mi todo? – Mientras lo decía, su tono bajaba, era como si recordara una gran decepción, su postura dejó de ser firme y su mano izquierda se descolgó, presa de la gravedad, inerte por el sentimiento que no permitía más, así parecía.
Sinceramente pensé, ¡qué patán! Es con su mujer con quién habla, ¿qué tipo de hombre será?
– Lo siento, debo colgar, el tiempo apremia. – Sin más, cortó la comunicación y sí, esa fue su forma de despedirse.
Igual que todos los hombres, creen que con su patanería y su “poderío” pueden arreglarlo todo, consideran que somos unas simples marionetas y que con nosotras pueden hacer lo que se les venga en gana, ¡qué descaro!
El hombre, se quedó mirando hacia la nada, cauto, inmóvil, se hizo parte del firmamento, siendo vulnerable ante todo, sin pedir nada, sin ofrecer algo. En un pequeño instante perdió todo el poder que tenía mientras se ahogaba en silencio. El viento, silenciando el común sonido de la ciudad casi desierta, era lo único que ineficientemente lograba mover parte de su existencia, su cabello y parte de su traje. El edificio que estaba a nuestra espalda, generaba una sombra innecesaria que nos arropaba por completo, sombra tan invasiva que llegaba hasta el otro lado de la calle buscando apoderarse del edificio del frente y él ahí, en medio.
De un sólo movimiento dio vuelta y cuando me vio, se le notó sorprendido. Yo no dejaba de mirarle, me parecía inapropiado su comportamiento, un patán haciendo de víctima. Creo que con la mirada lo expresé todo, es mi mal; lo digo por la forma en como él fijó su mirada en mis ojos. Inquieto se acercó.
– Disculpe usted, ¿puedo sentarme a su lado? – Me preguntó al acercarse.
– Bueno, el banquillo es público y no lo voy a ocupar todo. – Le respondí.
Con una sonrisa, algo fingida, se sentó a mi lado, mirando nuevamente al vacío y soltando un suspiro medio cortado dijo – Lo siento por eso, espero no haberle incomodado pero a veces las cosas personales no dan tregua ni tiempo ni espacio. –
Vaya que eso era evidente, igual nadie le estaba juzgando por ello pero sí le juzgo por su patanería.
– ¡Esté usted tranquilo!, creo que a todos nos pasa ¡Lo que no me parece apropiado es la forma en como trata usted a aquella mujer! Deduzco que es su pareja por lo que dijo, con ese tonito de mando, cual roca que va descolgándose por un barranco. – Le respondí. Sentía que le había dado en el clavo, era importante que alguien se lo hiciera saber.
– Creo saber a lo que va ¿Tiene usted tiempo? – dijo él queriendo entrar en conversación.
A lo que respondí – Espero a alguien para ir a una reunión y bueno, llegué más de media hora antes. – Respondí mostrando algo de interés, no niego que quería saber lo que pasaba por la cabeza de un hombre cuando se atreve a actuar de esa manera, aunque supongo que no es más que el derrame de testosterona que todos los hombres tienen. Actuar con su instinto de animal machito.
– Sí, hablaba con mi esposa. Hablo así porque ella quiere hacerme vulnerable y que sucumba a su pretensión. – Diciendo eso, empezó a contar la siguiente historia:
Hace ya más de 20 años, empezaba yo un pequeño negocio, de esos de barrio, donde pretendía hacerme a la vida empresarial y aplicar lo aprendido en la universidad. Soy un ser que poco aterriza bajo la autoridad de otros y por lo mismo no me agradaba mucho el hecho de encontrar un empleo, mas sí el ser el jefe; soy de los que prefiere ser cabeza de ratón en vez de ser cola de león. En el ir y venir de la creación e instalación de dicho negocio, vi pasar a una mujer, supremamente joven pero mujer en su estructura física, en su forma de mirar y en su educada manera de saludar. Yo era el típico muchacho que se creía gran cosa, un “gran hombre” y que no se veía, fácilmente, cayendo ante los antojos de cualquier mujer pero ante ella hice un alto y le admiré, elemento basto para haber llamado su atención.
Por cosas de la vida, se nos dio la oportunidad de hablar, de compartir pensamientos y discutir ideas. Me agradaba mucho su forma de analizar y ver las cosas, aunque muchas de sus costumbres no eran de mi convicción, igual no existe la perfección y eso es perfecto.
Con el transcurrir de los días, el tiempo nos permitió enamorarnos, nos permitió hacernos del otro, apoderarnos a tal punto que en papel quedó firmado que yo era de ella y ella era mía. De esa magia llegó un ser espectacular que avivaría la alegría de mi existencia y con ello me sometí a ser un empleado, en pro a que ella pudiera cuidar de nuestro hijo, al menos por los primeros años de vida de nuestro retoño. Cuando nuestro hijo ya estaba más grande e iba al colegio, mi esposa se encaminó al mundo laboral, en un trabajo que no le demandaba tanto pero que le permitía ocuparse y hacerse a su ingreso. Empecé a notar que con el pasar de los años el tiempo entre nosotros era menor, por tal motivo, decidí dejar atrás mi fase de empleado, que me mataba en todo sentido, y quise que entre ella y yo sacáramos adelante esos sueños que normalmente entre parejas se proponen. Es de imaginar, dos administradores, casados y con sueño de empresa, además de poder meter todo el romanticismo de estar juntos, de poder estudiar al otro por el tiempo que quisiéramos, durante lo que las obligaciones, que serían compartidas, lo permitieran. No importaba si era algo pequeño, la idea era dejarle algo a la humanidad, a nuestros pensados hijos, nuestro legado, y lo que más importaba era que fuera con ella. Nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestro miércoles.
Luego decidí hacer oficial el retiro de mi vida laboral y renuncié al puesto en la empresa a la que le prestaba mis servicios y con ello empecé a asumir las responsabilidades de nuestros ideales. Ella por su parte, no necesitaba renunciar, llegaba temprano a casa y podíamos compartir en familia y en nuestro tiempo, planeábamos y ejecutábamos nuestras ideas de nuestro negocio, de nuestros proyectos. La cosa estaba tomando forma, hasta que su ambición hizo que cambiara su visión, algo normal en todo ser humano.
En las oportunidades que le dio la vida, ella consiguió un mejor empleo y pudo hacerse a una mejor posición pero ello le obligaba a estar casi de forma permanente en su empleo, cumpliendo con las obligaciones que este le demandaba. Yo traté de verle todo lo positivo a dicho cambio. Me hice a cargo de las cosas del negocio y de nuestra casa, ella de vez en cuando aportaba pero sus intervenciones ya no eran tan estructuradas y sorprendentes como lo era antes. En algunas ocasiones le demostré lo que estaba pasando, lo que yo percibía, dejándole claro que ahora era ella quién no tenía tiempo para lo nuestro; ni empresa ni casa ni relación, estaba totalmente alejada, llegaba mucho más tarde a casa y como un zombi, a medio dormir. Algunas veces compartía con nosotros, en otros, simplemente llegaba a acostarse. En su tiempo libre buscaba dormir.
El tiempo siguió pasando y ella siguió creciendo en su empleo. Fue ascendida un par de veces y con ello adquiría más responsabilidad en Stan Fox Co. Pocas eran las llamadas que me respondía y las que sí, en su mayoría, tenía que cortar rápido, porque le surgía algo o porque iba para alguna reunión. La veía cuando dormía. Yo le admiraba con hambre, con sed, con necesidad de ella, en todo el sentido que se pueda imaginar pero ella sólo quería dormir, ya ni comía en casa…
No puedo negar que él empezó a cautivarme con su historia pero algo me tenía inquieta y me vi en la obligación de hacer un alto en su historia, mi cabeza se hizo de un solo cuestionamiento que debía resolver y por lo tanto le pregunté a aquel hombre:
– No me diga que ella lo engañó con otro… – Le insinué interrumpiéndole, algo escéptica pero con profunda duda.
A lo que me respondió:
– Si lo hizo, no lo sé pero lo pensé muchas veces, hasta que en realidad dejó de importar. –
No supe que decir, la verdad estaba algo impactada y quería saber más de la vida de aquel desconocido que porque sí, tal vez sintiéndose mal empezó a relatar todo esto.
– ¡Qué pena interrumpirle de esa manera!, por favor siga, procuraré no interrumpir más. – le dije mostrando todo mi interés, procurando quedarme en completo silencio.
Con una sonrisa bien marcada y una postura más cómoda, él siguió la historia:
Existieron momentos en nuestra relación donde todo esto se habló, ella sólo era trabajo, no era más. Se le olvidó ser madre, ser esposa, ser mujer; ahora no era sino jefe, empleada de empresa, una ficha más, un piñón de aquel engranaje que se movía sólo para generar dinero a otros.
La empresa que habíamos iniciado, afortunadamente iba en crecimiento y por extraño que parezca, siempre pude manejar las cosas para quedar con un tiempo suficiente como para llegar a casa y pasar tiempo con mi familia, mi hijo. Como la empresa estaba dando frutos, crecía y perfectamente podía satisfacer nuestras necesidades, le pedí a ella, de muchas formas, que dejara su empleo y que cumpliéramos lo que años antes habíamos soñado, además de que dejara atrás esos únicos comportamientos que adoptó.
Dentro de sus comunes conductas, empezó a hacer cosas algo extrañas, tal vez por el cansancio o por estar pensando en su trabajo o tal vez porque simplemente así empezó a ser, lo que hubiese sido, su estilo y su esencia empezaban a crear a otra persona. Empezó a sacar cosas de la nevera, usarlas y dejarlas por fuera, a dejar sus cosas por todos los lugares de nuestra casa, dejaba en nuestro comedor parte de su maquillaje, ese aquel que transformaba su belleza al estilo propio de lo que el sistema demandaba, dejaba ahí también su desodorante o su Chanel Nº5; empezó a dejar parte de su vestimenta, aquella que se quitaba cuando llegaba, por varias partes de la casa, tirada en el piso, su blusa en la sala, su pantalón en el piso del cuarto; dejó de tener contacto con su familia, con su madre, la misma que años antes llamaba hasta dos veces al día; y así fueron cambiando las cosas, fue cambiando ella, fue convirtiéndose en alguien que desconocía y que la verdad, no me agradaba.
Ya habían pasado más de quince años de empleada y era justo que nos diéramos todo el tiempo que en algún miércoles hablamos. Ella simplemente me dijo que yo estaba siendo muy egoísta, que parecía como si yo no quisiese que ella creciera laboralmente, que ya había construido mucho como para dejarlo atrás, que tenía posición y que se sentía muy bien con lo que había logrado, lo que había construido. No niego que quedé impactado, yo no veía qué era lo que había construido, obviamente tenía un currículo con más peso y ahora su posición era la de jefe pero no vi más, no vi nada por lo que se le pudiera recordar en la historia.
Volví a interrumpir, – ¿Cómo dice? – es que simplemente no podía creer lo que él acababa de decir.
– ¿Cree usted que es poco lo que ella logró?, en este mundo machista donde a uno como mujer le quedan las cosas un poco más difíciles de conseguir, donde uno es menospreciada sólo por ser mujer y muchas veces no creen lo que con capacidad y esfuerzo uno puede lograr.– Se lo pregunté con energía y directo a sus ojos. – ¡Qué tiene de malo que ella quiera crecer en su puesto, en su trabajo, en lo que ama y lo que sabe hacer? –
Él me miró fijamente, su rostro no enmarcaba reacción alguna, conservó una calma inigualable mientras yo iba subiendo un poco de tono. Por tal calma me vi obligada a controlarme, a querer estar igual que él.
– ¿Si usted sostiene una roca de veinte kilos en el solitario desierto, durante cinco horas, sin herramienta alguna, sin nada que lo evidencie, se ha esforzado? Eso demuestra una gran capacidad y un gran esfuerzo, ¿verdad? – Hizo la pregunta con una ceja arriba y su cabeza algo inclinada.
– Eso es innegable, es completamente obvio. – le respondí, señalando lo obvio del caso. – ¿A qué viene esa pregunta? –
– Bueno, es obvio pero dígame una cosa: ¿Quién la recordaría por ello? – Respondió con una mirada retadora, con los ojos un poco más cerrados, fijos en los míos, colonizando con su mirada mi razón, si es que yo la tenía. No lo niego, me hizo sentir estúpida.
– No sé, a quién yo le cuente, quién me haya visto hacerlo – Le respondí sin estar segura, simplemente pataleando en un océano inmenso de desesperación.
– Pues bien, recuerde que en lo que propuse, usted estaba en un desierto, sola, nadie le vio. Me permito recordarle que hoy en día las personas poco creen lo que se les cuenta y más si es uno, alguien sin fama ni reconocimiento, el que ha logrado la hazaña. La gente espera que se les muestre pruebas, que se vean los hechos, que ellos puedan ser testigos de lo que se les dice. Frívola sociedad ¡Ah, pero si le muestras un video con algo que parezca, lo creen todo! – Respondió sin dejar algo a discutir. Era imponente, frentero, analítico y eso de cierta forma me disgustaba pero a su vez me inquietaba.
– ¿Afirma usted con esto que no es necesario esforzarse en la vida? – Le pregunté.
– Si es por algo vano, innecesario o que no genere impacto, no, no vale la pena; pero si es para generar progreso, es cuando más se tiene que esforzar. El mundo necesita de personas que hagan cosas que generen cambio a lo positivo, progreso, bienestar y además que ese cambio impacte a la sociedad, para recordarles que es importante proteger lo que se ha logrado y que es indispensable que todos empiecen a actuar en pro a generar ese tipo de cambios. Estamos condenados en una sociedad en donde se les debe hacer y además ratificarles que se les hizo para que valoren lo hecho y respeten el esfuerzo y la energía que se ha invertido ¿Cuál es el cambio positivo que se genera al levantar una roca de 20 kilos durante 5 horas en las condiciones antes mencionadas? ¿Eso de qué sirve? ¿De qué le sirve al mundo ello? ¿Cuál es el bienestar? ¿Qué cambio positivo tuvo mi esposa con su empleo, en una empresa que no le aporta nada a la sociedad y que simplemente crece y crece por su actividad? – Afirmó y corroboró su punto.
Parecía que tenía mucho por decir pero fue evidente cómo se limitó en su pequeño discurso. Al menos había principios en el “patán”.
– Respecto a lo de mi esposa y su trabajo, ella tiene mucho para aportarle al mundo, ¿cómo lo hará?, gran misterio porque no ha pensado en hacerlo. Más de quince años de experiencia son bastos para aportarle al mundo, para dar ese toque que permita el crecimiento en algo a la sociedad, un artículo, un libro, un escrito, conocimiento, experiencia pero simplemente no lo hace y es ahí donde todo pierde sentido. – Agregó.
– ¿Cómo pretende que ella haga tal cosa si no tiene tiempo para ello? Ya lo dijo usted, no tiene tiempo ni para su familia. – Lo cuestioné, alguien debía defender a la ausente.
– Y es ahí donde todo ya ha perdido sentido. Si tu trabajo no te permite ni lo uno, ni lo otro, ¿para qué sigues ahí? Un trabajo debe ser algo que te guste pero a su vez, algo que te permita vivir, crecer, sacar todos tus proyectos adelante, no sólo los proyectos de tu trabajo y ya. Todos tenemos sueños que queremos sacar adelante, viajar a ciertos destinos, construir la casa en la que tanto se piensa, tirarse de un avión, lo que sea que los gustos obliguen. – Respondió sin dudar.
¿Qué le podía discutir?, yo jamás me había atrevido a siquiera pensar en ello y eso que le pasaba a su esposa, pasaba de cierta forma conmigo. Yo estaba en un trabajo, en una buena empresa pero me estaba empezando a demandar mucho tiempo, la única diferencia es que yo no había construido un hogar aún pero si seguía en esa rutina, ¿lo podría construir?
– Por favor, siga su historia – le pedí un poco afanada. La verdad no quería seguir pensando en lo que ya empezaba a invadir mi cabeza. Miró hacia el cielo, y dejó salir el aire de sus pulmones lentamente, mientras baja su mirada, misma que quedó clavada en el piso. Sin titubear continuó su historia:
Triste es cuando tienes una relación en la que no te das cuenta cuándo dejaste de celebrar su aniversario, aquel especial día pasó a ser un día más en el calendario, sólo porque no había tiempo, sólo porque no había energía, ni sexo como para “disimular”. Lo que realmente no había era magia, amor, por así decirlo.
Las noches perdieron magia. A aquella que siempre yo buscaba para abrazar y dormir en completa calma, ahora me generaba incomodidad, calor, fastidio, era un cuerpo casi inerte, simplemente ahí postrado, sin acción, casi sin respiración, una momia viva.
Sabes, las palabras dichas por tu pareja pueden hacerte muy feliz o herirte fuertemente, pero su silencio simplemente te destruye, no da tregua a nada, te calcina, te transforma en ceniza que ni la tierra quiere recibir, dejándote ambulante por un vacío interminable.
Mi ser se acostumbró a su ausencia, a su falta, a su inexistencia; dejé de sentir esa necesidad por ella, propia que consumía día tras día de mi vida y eso permitió que me concentrara en la empresa y su crecimiento, pues me dediqué a trabajar duro por ella, además logré que mi hijo trabajase conmigo y se ha encargado cada vez más de responsabilidades en la misma, aunque sea un adolecente.
Mi esposa, un día, recibió un correo en el que le agradecían por su esfuerzo y por todo lo que desde sus funciones hizo por la empresa y le dijeron adiós, dándole su puesto a alguien más joven con menos paga, alguien que representa menos gasto…
En eso se divisó en la calle la llegada de un auto, interrumpiendo lo que el señor me estaba contado, de este salió una de las personas que yo esperaba. Era mi jefe y al bajarse del automóvil se acercó a nosotros, comportamiento algo extraño, y sin bacilar saludó. Yo me puse de pie, de inmediato, por el respeto que le tengo, mismo hizo mi temporal acompañante.
– ¡Doctor Lozano! – Dijo mi jefe extendiendo su mano derecha.
Quedé de una pieza, sin movimiento alguno, extrañada, no logré disimularlo, mi mal.
– ¡Javier!, ¿cómo te va? – Respondió el extraño.
– ¡Es usted el doctor Alejandro Lozano? – le pregunté al extraño, a lo cual él sonrió y asintió con la cabeza.
– Veo que ya se conocen. ¡Mucho mejor! – dijo mi jefe, el licenciado Javier Villareal.
Alejandro Lozano es el dueño de la compañía en la cual yo estaba afuera, esperando, compañía a la que mi jefe asesora legalmente. Además, mi jefe y yo íbamos a lleva el divorcio del doctor Lozano, cosa que me llevaba a otro cuestionamiento.
– ¿Doctor Lozano, usted está en proceso de divorcio y es con doña Margarita Restrepo Rengifo, la mujer de la cual…? – No pude terminar la pregunta cuando el doctor Lozano me interrumpió.
– ¡De la cual hemos estado hablando! – terminó la oración él.
– De razón la empresa Stan Fox Co se me hacía muy familiar, hace parte de los datos que tenemos de la contraparte del divorcio – argumenté en voz casi baja.
– El señor Lozano es el dueño de esta empresa, y quiero dejarte algo claro, también es dueño de un porcentaje de la firma en donde tú trabajas. Por favor, ¡guardemos compostura señorita María Camila! – Dijo mi jefe en tono de regaño, dirigiéndose a mí.
Fue uno de los momentos más patéticos y vergonzosos de mi vida. Había pasado aproximadamente media hora recriminando y señalando a un fulano que resultó ser el cliente del caso que mi jefe y yo nos encargaríamos y tras del hecho, dueño de la firma en la que yo trabajo. Sentí que me despedirían.
– Señor Lozano… – dije.
– ¡Doctor, señorita Buitrago, doctor! – Interrumpió mi jefe, corrigiéndome. Pura corrección lívida.
– ¡Doctor Lozano!, simplemente tengo una duda, ¿usted dijo que a la señora Margarita la despidieron hace un mes? Yo envié la intención de divorcio hace un mes – Hice la pregunta y me sentí supremamente mal.
– ¡Sí! – dijo el doctor Lozano cuando empezó a explicar lo siguiente:
– Eso es lo más triste de todo, ¡y sí!, ambas cartas le llegaron a su vida el mismo día. La de su trabajo de forma virtual y la mía física, pero juro que yo no lo sabía, la verdad llevábamos meses sin decirnos nada relevante, todo era tan superficial, como cuando vives con un desconocido. No tenía idea que ella estaba atravesando un mal momento en su trabajo y la vida le jugó esa mala pasada, en un mismo día, perdió su trabajo y me perdió a mí. – Sonó algo triste, como si él estuviera pasando mal por todo esto.
Luego agregó – Para eso me llamó, para pedirme que declinara mi decisión pero no hay nada qué hacer, ahora soy yo quien toma la decisión egoísta de vivir, de dejar de ser esa pesada roca y de poder ir y tirarme de un avión, de ir a los destinos que tanto quise, de tocar de la forma más íntima y profunda a una mujer, de ser lo que siempre quise ser, alguien feliz, de vivir mi miércoles. –
Antes de entrar e invitarnos a seguir a su oficina, de pie y firme en la entrada de su despacho, mirándome fijamente a los ojos, el doctor Lozano hizo la siguiente pregunta – ¿Tú hasta cuándo seguirás cargando con esa pesada roca? – señalando con su mirada a mi jefe.
Así lo conocí, primero cauto, luego conciso.
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