Retrato Pablo Ledesma

Pablo César Ledesma Cepeda

Nuestra primera experiencia


Obligado por lo salvaje y primitivo de su necesidad, la misma que le domina hasta el subconsciente, se lanzó sobre ella sin haber despertado. La tomó dormida, cual león a su presa. Sin quitar prenda y ansioso como en su primera experiencia, invadió su tibia y sedosa piel.

No había rechazo, más bien era algo esperado, justo, apropiado, ya se estaba demorando. Y aunque ella somnolienta estaba, no fue impedimento para reaccionar rápido y procedió a buscar todo su cuerpo. Justo interrumpe su sueño húmedo para algo que no podía dar más esperar. ¡Vaya juego de la vida!

Él estaba desnudo, así dormía. Ella, afanada por estarlo, sin pensar se quitó como pudo lo que la cubría y vaya que no le costó. Los dos fogosos, ella por su sueño erótico, él por su naturaleza, tal vez. Buscaron la conexión física perfecta que pone a los cuerpos en revoltoso gemido.

La humedad en la zona era la adecuada, ella era quien lo facilitaba y él, en su incorporación a lo consciente, empezaba a aportar en la tarea. Movimientos penetrantes, bruscos e intensos, para la satisfacción de ambos, para la excitación de ella.

La mezcla de sonidos era única, era una armonía entre los gemidos femeninos y el sonido que emana el choque particular de los cuerpos, cual si se aplaudiera sin gana. Él la tomaba con fuerza y ella le apoyaba en su puje. Entra la luz de luna siendo testigo, aunque más que testigo fue cómplice, iluminando levemente sus cuerpos desnudos.

De gemido a grito se escucha cuando ella pide y pide más.


«Cuánto deseo poder tomarte así, cada noche de mi vida, cada instante, día tras día. Pero ¿por qué no puedo hacer de este sentimiento algo más que un pensamiento? Deseo que sea real.»

Interrumpiendo la voz de su pensamiento, una voz femenina le asalta delicadamente su oído derecho, diciéndole:

— Oye galán. Si tan sólo pudiera describirte lo que soñé contigo anoche. Tú medio dormido pero imparable…

¡Sorpresa! Él no se dio cuenta cuando ella, la misma que le pedía más en su pensamiento, se le hizo al lado y le invadió. Su reacción lo delató, sus ojos fijos y su boca entre abierta, sin movimiento alguno. Ella fue astuta, lo atrapó con esa simple expresión; sintió el poder y le encantó.

— Puedes pensar lo que quieras, pero es clara tu necesidad por mí y, la verdad, eso me tiene muy intrigada, porque por alguna extraña razón, a mí me pasa lo mismo. Sugiero que dejemos hasta aquí y hablemos. ¿Vamos?

Él escasamente movió su cabeza, asintiendo en completo silencio.


Terminando de leer aquella historia corta, él soltó una sonrisa. Sonrisa que aprobó lo que leía, lo que su amada había escrito; una sonrisa con nostalgia y jocosidad.

— Te dije que lo iba a hacer y he aquí el cumplimiento de mi palabra.

Él la miró por encima del hombro, con una ceja arriba y una sonrisa medio dibujada, como haciendo el reclamo de algo.

— Lo siento corazón. Decidí escribirlo desde que me contaste en lo que estabas pensando hace 10 años, cuando me puse de lanzada y atrevida contigo. Al fin y al cabo, es nuestra primera experiencia como pareja, como uno. Como lo que somos, tú, mi sonámbulo y yo, tu soñadora.

Fijamente, él la miró con cariño, aceptando todo, agradecido y tranquilo, mientras ella terminaba de dar su justificación.

— Tenía que documentar la particular historia de cómo conocí al mejor polvo de mi vida. A mi esposo.

Primera experiencia, pero no la única.
Complejo desarrollo de sucesos vívidos.
Lejanías inexistentes de dos apasionados.



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