Melissa Rosero Rodríguez
París en agonía
¿Dónde está? ¿Por qué se fue? ¿Qué hice mal?
Agobiado, busco razones para entender su ausencia más allá de lo obvio, fue su decisión marcharse. Fue ella quién decidió partir, fue ella quien quiso dejarme aquí solo, ahogado en las lágrimas que me produce su recuerdo; la odio tanto, tantísimo. Fue una completa cobarde por dejarme aquí solo, aunque yo también soy un cobarde al no dejar que su recuerdo se vaya, me dejo ganar por la nostalgia y el hecho fatídico de su partida.
¿Cómo ocurrió todo esto? No hace mucho paseábamos felices por las calles del frío París, este lugar inundado por nieve y amor que nos maravillaba con sus preciosas luces, un encanto de ciudad que encarnaba el amor que destilábamos el uno por el otro a través de sus jardines majestuosos, su ambiente de romance y el sutil aroma a café y bohemia que la hacen fatalmente inolvidable. Estábamos contentísimos compartiendo la vida juntos, recolectando experiencias que contaríamos a nuestros hijos, retratando así instantáneas mentales de momentos perfectos. Ella se sostenía fuerte de mi brazo, como quien no se quiere ir. Me agarraba fuerte mientras mostraba su bella sonrisa y sus ojos infinitos me regalaban la mirada más hermosa con la que he podido topar mi vista. Éramos felices, o eso era lo que yo creía, bueno al menos yo lo era. Sus besos y abrazos me invadían el alma. Ella se abalanzaba sobre mí pecho, buscando refugio del frío, mientras yo la tomaba entre mis brazos y buscaba ser su protector, aquel que le quitara al indolente frío el placer de tocar su piel, porque sólo yo podía hacerlo.
Ahora todo esto parece lejano, ella simplemente se fue y no dijo por qué. No hubo lágrimas, no hubo gritos, sólo un adiós pintando con labial en el espejo de la habitación y mi reflejo detrás éste. No hay más, se acabó.
¿Lo fingió? ¿Fingió amarme con tanto frenesí? ¿Fingió entregarse a mí con tanto ahínco? ¿Cómo es posible que tantas vivencias juntos se fracturen de una forma tan rápida, como una fina capa de hielo que se ha creado sobre un lago y esta se quebranta por las pisadas de un extraño? Y ahora yo me ahogo en el agua helada de ese lago.
¿Cómo te sacas de la vida a alguien así? ¿Cómo es que por más que la esté odiando por lo que me hizo aún la siga amando? ¿Por qué miro a la puerta como un estúpido, pensando que ella va a regresar?, si con la forma en que se fue dejó claro que no quiere ningún tipo de contacto conmigo, aunque en contraposición, conservo la ilusión de verla atravesar el cuarto con urgencia, que me vea en el piso y corra a levantarme, que entre llanto me diga que la perdone, que realmente no se quiere ir, que fue un malentendido. Aún guardo la esperanza de que volverá a mis brazos y que yo perdonaré todo lo que me ha hecho vivir por haberse ido.
Por lo pronto me queda una botella de vino de la campiña, unos cuantos cigarros con la punta hecha ceniza, una foto de ella con su tentadora sonrisa y un lazo grueso que me tienta a terminar con esta profunda desdicha.
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