Retrato Melissa Rosero

Melissa Rosero Rodríguez

Los encontrados


Salieron a pasos diferentes pero se encontrarían en un mismo destino; él con paso firme, un tanto apurado, y ella con la urgencia de lo innecesario y la torpeza de un perro caminando a dos patas. Pasos diferentes, ritmos inexactos pero al final son simples caprichos de la necesidad de estar unidos.

La música los llevó al mismo sitio, los envolvió el olor a licor, a baile, a desenfreno y arrebato y los tomó como presa del libertinaje y la lujuria. Allí dentro, se contonearon y danzaron con la armonía de una aurora boreal. Era un placer en sí mismo ver a dos seres bailar de esa manera, tan armónica, tan perfecta.

Después del sudor mezclado, después del descontrol de ambas pieles juntas, después del después, vino la sinfonía que no podía detenerse. Vino el taxi, la puerta, los besos, la escalera; vino la cama y con ella los secretos que guardan la lujuria y el deseo expresado de la manera más física posible.

Llegó el placer y con éste, su amigo, el sueño. El placer se adueñó de esos cuerpos, los hizo sus prisioneros y una vez se aburrió de ellos dejó que su colega hiciera los suyo, tomó parte en ellos y permitió que sus músculos se relajaran, que sus bocas secas buscarán algo de tomar más que la saliva del otro. Morfeo entre sus delicadas manos los dispuso a descansar, los abrazó tan fuerte que sus cuerpos no sentían ni la brisa del ventilador que del calor los alejaba, ni el transcurrir de la existencia del tiempo, simplemente durmieron plácidos y saciados, sin preocupaciones, sin reparos.

Cuando el sol comenzó a meterse a través de las cortinas, curioso por observar a esos cuerpos desnudos y llenos de satisfacción por el otro, uno de sus rayos llegó a la vista de ella, haciéndole abrir sus ojos muy lentamente mientras su cuerpo estiraba y su brazo levantó, tocando con su mano la textura de la piel de su amante, entonces giró su cabeza a la derecha y ahí lo vio: tendido y desnudo con su piel de tonalidad blanca perfecta, sus labios rosados e hinchados de tanto besarle. Suspiró ella y el olor a noche de fiesta se adueñó de su olfato, ese perfume de hombre con humo de cigarrillo, una combinación tan deliciosa como mortal.

Mientras ella buscaba su ropa por la habitación, él comenzó a despertar. Veía una silueta de mujer y de a poco se comenzó a dibujar una espalda esbelta, una cintura que no temería en volver a recorrer, en perderse de nuevo por sus peligrosas curvas; su cabello, largo y negro, se mecía suavemente sobre sus hombros mientras que ella se movía por la recámara, buscando sus cosas; él también se levantó de su cama y comenzó a buscar sus prendas. Cada cual se fue vistiendo y saliendo de aquél cuarto.

Ellos ya sabían cómo es esto, que la vida es una simple construcción a base de momentos y éste era uno de ellos. Tal vez sus vidas volverían a cruzarse, tal vez el ritmo los volvería a llamar y la noche los haría presos de su deseo, tal vez no se volverían a ver, tal vez…

Ambos salieron del hostal, sin mirarse entre sí pero con la convicción de conocerse el uno al otro, con risas cómplices de lo que pasó en aquella habitación; cada uno tomó su camino y volvieron a aquellos pasos. Él, con paso firme y apurado, y Ella con la urgencia de lo innecesario y la torpeza de un perro caminando a dos patas.



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