Retrato Melissa Rosero

Melissa Rosero Rodríguez

La salida


Dar la espalda y olvidar. Mirar, sólo una vez más hacia atrás, para retomar la determinación tomada, admirar a aquellos que duermen y desearles lo mejor el resto de sus vidas porque tú ya no serás parte de la misma. Cerrar la puerta de casa con total sigilo, sin que el menor ruido aparezca, pues ver el rostro de alguno de tus seres amados preguntando: «¿A dónde vas a esta hora de la noche?», te haría retroceder, dejando de lado la idea de desaparecer para siempre.

Sales de casa y te dispones a andar la calle, caminando entre la penumbra de la noche llegan los agobiantes recuerdos de aquellas decisiones nefastas, decisiones que tomaste sin pensar y ahora son sus consecuencias las que te fustigan. Decisiones como las que te motivaron a salir de tu cama, a esta hora de la noche, para darle fin a tu castigo. Después de tanto caminar, llegas al puente más alto de la ciudad. Sientes cómo el viento te acaricia la cara, como un gesto de compasión por la pena que carga tu alma. Esa brisa que refresca te invita a bailar con ella, a saltar para alcanzarla y seguir sintiendo ese goce de paz. Miras al cielo y te encuentras con la luna, tan brillante como lo pudo ser tu futuro, de no ser por tus erróneos actos. Las cosas no fueron sencillas, todo se hizo imposible, en proporciones lejanas a tus capacidades, y la luna, con su majestuosidad, demuestra su grandeza y tu inferioridad. Te obligas a pararte en el barandal del puente, para sentirte un poco más cerca del cielo, porque después de ejecutar lo que piensas hacer, tu destino seguro estará en la dirección opuesta.

De pie sobre el barandal del puente, dejándote iluminar la cara por la luna, con los brazos abiertos, sintiendo al viento adueñarse de tu cuerpo, respiras profundo y con cada exhalación tus culpas van desapareciendo de a poco, es una sensación de libertad que no percibías hace mucho tiempo. Acomodas tu cabeza y miras hacia abajo, detallas las luces de la avenida y los pocos autos que transitan por su paso a esta hora. Inhalas por última vez, cierras los ojos y te dejas caer al vacío. La levedad de tu cuerpo te permite soltar tu mente y repasar lo que fue tu vida mientras caes. Ves cómo tus logros, tus sueños y el amor que le brindaste a los tuyos eran suficiente para soportar las consecuencias de tus actos. Por fin entiendes que siempre pudiste hacer más por ellos, pero te faltaba voluntad. Te das cuenta de qué tan estúpida fue la última decisión que tomaste y abres tus ojos para entregarte al pánico, al ver cómo tu cuerpo se va acercando al asfalto. Sientes que se acelera el tiempo de la caída y lo que te espera es el duro despertar.

El golpe fue traumáticamente duro. Es que resulta completamente difícil darse cuenta que tu nivel de cobardía te obliga a soñar en suicidarte y no a enfrentar lo que significa vivir.



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