Retrato Melissa Rosero

Melissa Rosero Rodríguez

Catarsis


Camino despacio, sintiendo la satisfacción del fin alcanzado. Paso a paso, sé que el sonar de mis tacones hace que su mente se llene de miedo: «ya viene de nuevo», pensará. Me hace tan feliz saber que, después de años de maquinada venganza, hoy por fin él puede sentirse acorralado, humillado y con terror por saber que me voy acercando.

Abro el cerrojo con tal paciencia, generando pánico en su ser, jamás pensé que se sentiría tan bien ser así. Siempre se me enseñó que hay que ser bueno en la vida, pero no siempre a las buenas personas les va bien. Muchas veces las buenas personas nos ganamos los castigos más injustos, más crueles y dañinos para nuestra existencia. Si no es así ¿dígame usted qué mal pudo hacer una criatura de 8 años para que su propia sangre la viole en diferentes ocasiones?

La puerta se abre y ahí está él, encadenado a una ventana en donde el sol le da en toda la cara, llevará un poco más de 2 horas recibiendo el sol del mediodía, con la boca tapada con cinta y los ojos vendados. Allí está él, sin saber qué pasará ahora, con el mismo terror que me generaba a mí cuando entraba a mi cuarto y me decía que tenía que hacer lo que él me dijera, y que si le contaba a alguien nadie me iba a creer.

Su asqueroso cuerpo está desnudo, aguantando la putrefacción del cuarto donde lo tengo encerrado. En su piel se marcan diferentes pruebas de la tortura que he ejercido en él, a modo de venganza. El primer día, lo dejé sin agua y con el cuerpo bañado en azúcar para que las hormigas hicieran lo suyo. En el segundo día, tiré sobre él vidrios rotos y luego le rocié las heridas con alcohol y agua oxigenada. El tercer día, jugamos a la asfixia. Lo dejaba sin aire, hasta llegar casi al punto de la inconciencia para que luego, después de una pequeña recuperación, volviera a empezar.

Hoy, hoy sólo busco la verdad. Hoy sólo quiero que me mire a los ojos y admita su falta. Que ruegue, como yo lo hacía, que me dejara en paz. Me acerco mirándole fijamente, él comienza a llorar de desesperación y a gritar algo inentendible por la cinta adhesiva que tapa su maldita boca. Arranco la cinta de un solo tirón.

–¡Auxilio! ¡Ayuda! – grita él

–Ja, ja, ja, grite lo que quiera, aquí nadie lo va a escuchar.

–¿Qué te pasa, maldita? ¿Por qué me haces esto?

Lo escupo en la cara de la ira que me invadió por el hecho de seguir omitiendo lo que me hizo.

–¿No recuerda la cantidad de veces que me violó, pedazo de hijo de puta? ¿Acaso olvidó cómo me hacía llorar? ¿Usted cree que la manera en la que me hizo vivir con miedo durante tanto tiempo, teniendo que fingir que nada había pasado y tragándome este dolor en el fondo de mi ser iba a quedar impune, malparido? Si no se acuerda de lo que me hizo, con todo gusto se lo recuerdo.

Tomé una escoba que había en la habitación y giré su cuerpo. Con el palo de la escoba comencé a tocar su espalda hasta llegar lentamente a sus glúteos.

–¿Sigue estando seguro que no recuerda lo que me hizo? – Le dije mientras comenzaba a introducir el palo en su ano, muy lentamente.

–¡PARE! ¡NO, POR FAVOR! SÍ, SÍ LO RECUERDO. YO LO HICE.

Con la misma escoba, giré cuerpo nuevamente hacia mí. Tiré la escoba hacia un lado de la habitación. Acaricié mi cara con mis manos, como si tuviera una barba que sobar. Me acerqué lentamente a él.

–¿Por qué? – le dije.

–¿Por qué, ¿qué? – contestó.

–No busque que vuelva a tomar la escoba, responda, que usted sabe a qué me refiero.

Él se quedó en silencio. Sólo me miraba a los ojos, pero no decía nada.

–Le hice una maldita pregunta ¡RESPONDA!

Él seguía en silencio.

–¿QUÉ LE HICE YO PARA QUE USTED ME VIOLARA? ¿Por qué se tenía que meter conmigo? ¿Por qué me tenía que joder la vida desde mi niñez? ¿QUIÉN LE DIO EL MALDITO DERECHO DE JODERME ASÍ?

No recibía ni una sola respuesta. Este pedazo de basura inservible no hablaba, no sé si se había muerto o si simplemente no había razón para lo sucedido. Me sentía impotente, clausurada, limitada y esa sensación comenzó a mezclarse con enojo e inconformidad. Mi respiración se volvió más profunda y acelerada, sentía cómo mi corazón comenzaba a latir más rápido y me invadía una fuerza que nunca antes había sentido.

Tomé una fusta que tenía en el cuarto y comencé a azotar su abdomen con ella. No salían gritos, ni lágrimas, ni el más mínimo gesto de dolor. Latigazo tras latigazo, mi ira se incrementaba, pero este sujeto ni siquiera se inmutaba. Yo sentía cómo el enojo se liberaba con cada golpe, cada vez la fuerza que ejercía era más y más fuerte, pero parecía que no le hacía daño. La ira y la frustración me hicieron llorar. Yo solo quería una respuesta, una razón para acabar con la felicidad de una niña que no le había hecho daño a nadie. Quería saber qué fue lo que se le pasó por la cabeza para violarme en más de una ocasión, qué fue lo que lo hizo sentirse con el derecho de acosarme, de obligarme a hacer algo que nunca quise.

Azote tras azote, su cuerpo sangraba, pero su gesto se mantenía intacto. Yo seguía lanzando la fusta con más y más fuerza, sacando de mí toda esa frustración que llevaba cargando por años. Comencé a gritar «¿¡POR QUÉ!?» cada que lanzaba la fusta. Gritaba con la misma potencia con la que quería escuchar la verdad, las razones.

–¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ!?…

Desperté, mi corazón estaba a punto de estallar. Mis propios gritos me sacaron de ese lugar. Me senté en mi cama, encendí la lámpara de mi habitación y miré la hora, eran las 2:30 a.m. Me tiré a la cama, miré al techo y empecé a llorar. Otra vez ese maldito sueño, ese sueño en donde no lo mato. El sueño donde me ensucio de mierda las manos, sabiendo que con su vida acabé hace tanto tiempo y sin tener que mover un solo dedo.



Leído 478 veces