Retrato Pablo Ledesma

Pablo César Ledesma Cepeda


Estamos vivos


Iluminada por el sol que se apodera de la mañana, se encontraba la pequeña plazoleta citadina, dueña de las pequeñas sombras hechas por las hojas de los árboles del rededor. En dicha plazoleta se daba al comercio un café, de esos que poco tienen que ver con los modernos establecimientos comerciales, mismos que brindan esa comodidad artificial controlada por unos cuantos botones.

En una de las mesas se encontraba un joven, a punto de llegar a sus treinta, con el diario en mano, leía las noticias del momento, mientras que, con la otra mano, se permitía saborear ese café que le daba tono a su mañana. A la mesa del solitario hombre, se acerca otro, de pelo cano, con paso firme y sin ligereza, con su camisa no tan ceñida al cuerpo y con una mueca de sonrisa como expresión; era un hombre más bien adentrado en años, hasta podría decirse que doblaba la edad del primero.

Doctor, es mi placer saludarlo. – Dijo el más viejo, mientras le hacía señas a la señora que atendía la cafetería, haciéndole entender que le sirviera un café a él también.

– Hola, mi joven amigo – respondió el joven, con una mirada pícara y una mueca algo bromista. A lo que le preguntó – ¿Cómo van esos quince? ­–

– ¿Desde temprano y ya destella la ironía, compañero!, al menos permítame probar el café, es que ni siquiera me lo han traído. –

– Ironía suya, fue usted quién empezó al llamarme doctor. Sabe usted perfectamente, licenciado, que no lo soy, ese título es el que me falta y bastante. A decir verdad, no me siento basto con mi carrera ni con mi maestría, pero me veo obligado a adquirir más experiencia y dinero como para poder empezar un doctorado. – Dijo el joven con firmeza, dejando su taza de café en la mesa. Se dio el silencio incómodo que perturba una sana conversación. De repente se acerca la mesera. El café del viejo llegó bajo las ansias y la mirada atenta de este. Luego de retirarse la señora, el joven preguntó – ¿Y usted, qué me cuenta? –

– Hermano, algo ansioso por la auditoría que empieza hoy, ¿y usted?, ¿cómo está? – Respondió el viejo.

Dejando su ceja izquierda levantada y recostando su cuerpo hacia el costado derecho, el joven respondió. – ¿Qué le puedo decir? Con la realidad que brinda el mundo, bajo las vanas preocupaciones que presenta la nata de la política frente a la realidad del pueblo, las tensiones económicas que se notan en el ámbito internacional, la falta de cuidado que estamos teniendo con el medio ambiente de este planeta, el deterioro de la naturaleza, la pérdida del intenso azul del Pacífico, mismo que queda en un gris de una buena ventura; la carencia en la calidad de la educación, que trae consigo esos “grandes y competentes profesionales” con los que nos topamos constantemente; con la pésima ortografía que manejan en este diario, la falta de azúcar para este café y su llegada tarde; podría decirse que me encuentro bien, como cualquier elemento de este montón llamado sociedad. ¡Sí, sociedad! –

– ¡Ah, qué bien! – respondió el viejo. – Ya se dio cuenta que puede vivir de buena forma, de manera icónica, como herramienta para la sociedad o, por cómo lo comentas, simplemente sentirse bien, viendo las cosas con ligereza y viviendo a lo hijo de puta. – agregó.

– Entiendo… ¡Estamos vivos! Mejor terminemos este café y vamos a la oficina que hoy es un largo día. –



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