Fernando Pessoa
Incomparecencia
Hacía una bonita tarde de abril, domingo.
Pero aún más bonito era el pensamiento de que vería a Raquel. Ella solía pasar por allí diariamente, pero solo los domingos podía verla, pues, en los días de semana, a esa hora estaba en el reparto… Pero iba a verla hoy y solo de pensar en eso me alegraba. Todo hombre que ama sabe que nada hay superior al amor… Pero cuesta esperar y ya había pasado una hora, dos, tres, cuatro… ¡ven que se va a hacer tarde! Era ya una noche de abril que se trataba de convertir en un otro día de abril y sin que apareciera Raquel. Estaba dispuesto a marcharme, pero el amor me rogó que esperara… y esperé.
Hasta que, ¡al fin! Oigo pasos desde el otro lado de la esquina. Me apresuro, corro, tuerzo la esquina y caigo en los brazos… ¡de un lotero!: «Oh, Dios mío, me queda solo el mil quinientos cincuenta y cuatro y mañana es el sorteo».
¡Faltar a la cita! ¡Desilusión! Pero, para hacer algo, acabé comprándole el décimo y continué hacia mi casa.
Al día siguiente, ¡me vino la gran suerte! ¡Ah!, ¡se me presentó la Providencia! Claro, tuvo que ser la Providencia la que, a cambio de aquella incomparecencia de Raquel, me mandó al lotero en su lugar. ¡Ah, Dios es bueno!
Hace poco traté de engañarme, amigos míos. Hay algo superior al amor, y eso es la pasta.
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