Melissa Rosero Rodríguez
La cita
Llovía a cántaros aquél 6 de junio. Recuerdo que llegué primero que ellos dos a su sitio de encuentro, pista que hallé gracias a la carta que encontré en la mesa de noche de Julia. Me ubiqué en la parte de atrás de aquél restaurante, con mi largo gabán de color negro y mi sombrero de ala ancha que usé para cubrir mi rostro de cualquier posible reconocimiento.
Una mujer entró al sitio. La reconocí al instante porque fui yo quien le regaló el abrigo que traía puesto, era la mujer con la que una vez soñé compartir el resto de mi vida pero que hoy decidió planear su escape con su amante en este lugar. La vi un tanto agitada, sería tal vez la mezcla del afán por no mojarse y los nervios por sentirse perseguida por alguien.
Llamé a la camarera y le pedí que me trajera un café. A ese café humeante le agregué unas gotas de veneno para que su sabor estuviera de muerte. Le pedí a la camarera que le llevara el café a aquella mujer de abrigo gris y cabellos claros húmedos por la lluvia, no sin antes salir del restaurante. Por un momento noté que su cabeza se giró hacia mi dirección pero salí tempestuoso a enfrentar con mi paraguas la fuerte lluvia, mientras observaba la siguiente escena desde fuera.
Vi como tomaba de a poco el café, sabía que no se negaría a su bebida favorita. Una vez puso la taza nuevamente sobre la mesa, vi como su cuerpo se desplomaba sobre la misma, cayendo inerte a la vista de todos. «¡Qué disfrutes tu escape, querida!» Dije mientras observaba como las personas dentro del restaurante corrían a socorrerla.
Entré al restaurante donde nos veíamos cada viernes. Hoy la cita era diferente, hoy era un día definitivo. Llegué bajo una fuerte lluvia que no respetaba paraguas alguno. Me senté en la mesa de siempre, junto al ventanal que da a la calle, mientras sacudía mi cabello y me quitaba el abrigo.
Estaba temerosa de que mi esposo me hubiese seguido hasta aquí. Su actitud conmigo esta semana había cambiado bastante, estaba más hostil que de costumbre, pero supuse que era debido a temas laborales, aquel trabajo de tiempo completo que me permitió caer en esta aventura.
La camarera me sirvió un café que no había ordenado. Mientras le preguntaba quién había enviado este café, una figura masculina pasó como un relámpago detrás de ella, dejando un aroma que se me hizo extrañamente familiar. «No me voy a negar a un café gratis», pensé mientras lo tomaba de a poco.
Comencé a sentir como mi cuerpo se adormecía, mis piernas no respondían y de momento un apretón en el pecho detuvo mi respiración.
Lo último que pude ver fue a esa extraña figura masculina, estática bajo la lluvia, viendo fijamente hacia la ventana donde me encontraba asumiendo una posición de satisfacción por el deber cumplido.
05 de junio de 1993
Estimada Julia.
Creo que es momento de hacerle frente a esta situación. Ya sé que llevas 20 años de matrimonio con Horacio, pero entiendes al igual que yo, que esta pasión que sentimos el uno por el otro desconoce cualquier límite jurídico o ético.
Escapémonos, Julia. Salgamos de esta rutina estúpida de vernos a escondidas. Saciemos estas ganas de estar juntos el resto de vida que nos queda.
Veámonos mañana, en el restaurante de siempre y huyamos juntos de esta vida triste. Podemos lograr grandes cosas juntos.
Añoro verte, Julia.
Con cariño, Samuel.
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