Retrato Melissa Rosero

Melissa Rosero Rodríguez

La fotografía


Se encontraba en su habitación. Al fondo, los gritos de cada día, esos alaridos de sus compañeras que ya eran más que necesarios para reconocer que un día normal había empezado. Sentada sobre su cama, según su traje le permitiera, miraba fijamente el único objeto que podía tener consigo. Una fotografía que se encontraba tirada en el suelo del cuarto y que nunca podía ser movida de ese sitio. Quien se atreviera a moverla, conocería la verdadera furia que reposa en ella.

Ella observaba aquella foto con un profundo odio, odio por conocer muy bien el pasado y presente de la mujer que se retrata en el papel. Analizaba la figura de aquel retrato de pies a cabeza, buscando algún desperfecto que desfigurara al ser que tanto detestaba. Quería destruir lo que se alcanzaba a ver de ella, de esa mujer que parecía tallada por los mismos dioses en ese registro fotográfico. Es que cuando se trata de analizar a mujeres más hermosas que nosotras, la envidia toma posesión de nuestro razonamiento. Es triste decirlo, pero sería más triste negarlo.

A la mujer de la fotografía le brillan los ojos, su posición denota tanta seguridad lo que sería su futuro, siempre y cuando decida domarlo. Una joven orgullosa de sus logros que, enmarcados con su belleza, le garantizan el éxito en este superficial mundo. De cabello oscuro, sedoso y largo, con una sonrisa tan perfecta como la naturaleza le permite, piel tersa y suave al tacto con un color similar a la arena de la playa griega de Navagio. Su figura esbelta mas no perfecta, se esconde detrás de la fina ropa que utiliza: una blusa de franela blanca que enmarca su pecho mientras su falda de colores oscuros baila al son de sus hermosas piernas, esto unido a un cinturón ancho que enmarca aquella cintura que se mueve siguiendo el compás de la música. Se le ve feliz y dichosa de la vida que lleva, despreocupada del porvenir y sólo pensando en vivir el presente, un paso a la vez.

La mujer se queda viendo la fotografía, pero esta vez ya no es el odio ni la envidia quienes la invaden, ahora es la mezcla trágica de la nostalgia y la pena quien se apodera de su ser. Sabe bien que a esa mujer llena de sueños no le alcanzó la vida para hacerlos realidad. Sabe muy bien que aquella joven alegre y altiva tomó las decisiones equivocadas en los momentos más importantes y que la misma vida le cobró una a una sus equivocaciones.

Sólo ella sabe por qué esa mujer no triunfó de la manera en la que, se suponía, debía hacerlo. Sólo ella entiende por qué el brillo de sus ojos se fue perdiendo, cayendo en lo oscuro y grisáceo de la ilusión y el recuerdo perdido. Sólo ella conoce por qué aquella posición segura se fue arqueando, al punto tal de encontrarse hoy postrada en una cama, encerrada en una habitación, cohabitando con los gritos y desvaríos de sus compañeras. Sólo ella sabe por qué esta mujer de ojos brillantes y futuro exitoso, se quedó mirando fijamente al piso, detallando la ilusión de un pasado que nunca más volverá a ser.



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